miércoles, diciembre 08, 2004

Despegando

De las cosas que más detesto, hay una en especial que me irrita y me hace cambiar mi habitual buen carácter y sentido del humor. Y es que me digan lo que tengo o no tengo que hacer... Creo que muchas personas sienten igual, con la pequeña diferencia de ser un poco menos tolerantes, por lo que generan conflictos innecesarios con mucha facilidad. Si hubiera más gente tolerante, las guerras no existirían. Yo es que soy 100% pacifista y muchas veces prefiero tragarme mi ira, a salir gritando por ahí y armar una revuelta por siete céntimos menos que me dio la muchacha de la caja cuando fui a comprar el pan. Vaya falta de glamour... ¿Que si me da cólera? ¡por supuesto que sí!! Si de céntimo en céntimo ganan bastante en un mes. Pero andarse peleando con todo el mundo es lo que no me parece, no es tanto el motivo sino la forma lo que me parece incorrecto de este método para lograr justicia en las trivialidades. En eso difiero mucho con mi madre, que suele ponerse con mucha frecuencia la capa de "Supermán" y salir al rescate con la consigna "a luchar por la justicia" y no para de calificar, criticar y censurar cuanta acción, a su juicio, incorrecta se topa por la calle: desde el niño que llora sin razón, hasta la madre grosera que lo calla; desde el conductor salvaje que se salta un semáforo, hasta la señorita que tira un papel al suelo... todas acciones para las cuales ella tiene o bien una retahíla de contras, fatalismos y "québarbaridades" para quienes tenemos la poca fortuna de acompañarla en ese momento en que no puede dirigirse al causante de su disgusto. O peor aún es acompañarla en el instante en que esto sucede y el objetivo de desacato a la ley está cerca. Ninguno de los dos nos salvamos: ni el individuo en cuestión al ser reprendido por mi madre, ni yo (¡pobre alma!) que se ruboriza ante tan acongojante e incómoda situación... ¡Cuántas vergüenzas no me hizo pasar en mi infancia! En fin, ese constante empeño de decir lo que tengo que hacer, o la correcta forma de hacer las cosas, es lo que más detesto de ella, pero bueno, creo que para eso las pusieron en el mundo: para que le estén recordando a uno lo que , ya de por sí sabe, tiene o no tiene que hacer y que si en algún acto de rebeldía, pre, post o adolescente no cumple, también tenga la obligación cuasi-satisfactoria de decir "te lo dije" o más serio aún "te lo advertí"... Desde hace más de un mes esas frases han desaparecido de mi rutina, al menos dichas por mi madre, pero han sido sustituidas por otras un poco más vagas que surgen en mi mente: ¿cómo? ¿cuándo? ¿que pasaría si...? ¡y ahora qué hago?!? Es difícil vivir lejos, no depender de nadie, lo que a veces es una gran ventaja. No es que me sienta en soledad, porque para eso siempre hay amigos en todas partes y en este campo tengo mucha "facilidad creativa". Es sólo un nuevo sentimiento que nunca antes había experimentado, algo que tiene a mi alma volando alto, observando el panorama con una total y completa serenidad, con una alegría inexplicable. Por primera vez me siento completamente libre.

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